Había una vez un perro llamado Fido que vivía en una casita con su dueño. Fido era un perro muy bueno y leal, y su dueño lo quería mucho.
Un día, Fido se escapó de la casa y se perdió. Estuvo vagando por el vecindario durante horas, sin saber a dónde ir. Finalmente, se encontró a sí mismo en el parque local, donde vio a un grupo de niños jugando.
Fido se acercó a los niños y comenzó a jugar con ellos. Los niños se divertían mucho con Fido y no querían que se fuera. Así que, cuando llegó la hora de irse a casa, le pidieron a Fido que se quedara a jugar con ellos de nuevo al día siguiente.
Fido estaba muy feliz de haber encontrado un lugar donde estaba rodeado de amigos. Así que volvió a jugar con los niños todos los días, y se hizo muy amigo de ellos.
Unos días después, el dueño de Fido vino a buscarlo al parque. Fido estaba tan emocionado de volver a ver a su dueño que no podía dejar de ladrar de felicidad. El dueño de Fido estaba tan contento de haber encontrado a su perro que lo abrazó con fuerza y le dijo que nunca más se separarían.
Fido y su dueño se fueron a casa y vivieron felices para siempre, rodeados de amigos y llenos de amor y alegría.